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Reflexiones sobre el Modelo de Democracia Participativa




                                                                             CONTEXTO:

David Held en su texto Modelos de Democracia, plantea a la democracia participativa como su octavo modelo de democracia. Esta idea política tiene sus orígenes a finales de los años sesenta, cuando la Nueva Izquierda comenzó a efectuar presiones para impulsar reformas, para pensar desde otra perspectiva conceptos como los de la democracia y la libertad.

Según Held, los principales autores que se han convertido en referencia para este tema son C.B. Macpherson (1977) y Carole Pateman (1970, 1985). En este orden, si bien el término “democracia participativa” se utiliza para incluir una diversidad de modelos de democracia, desde la concepción de la democracia en la antigua Grecia, hasta las versiones marxistas, David Held es bien enfático en señalar que su intención es mostrar su sentido restringido. En su perspectiva, “«la democracia participativa» es el contramodelo principal de la izquierda a la «democracia legal» de la derecha” (Held, 2006:300).

En este marco, según C.B. Macpherson,[1] la democracia participativa nace como una consigna de algunos movimientos estudiantiles de la Nueva Izquierda, en los sesenta, y se propagó en medio de la clase obrera durante toda esa década y también en los años setenta. El planteamiento central establecía la necesidad de implantar una noción de participación ciudadana que facilitara su involucramiento en la formulación de las decisiones de gobierno. (Macpherson, 1977).

La Nueva Izquierda y sus planteamientos reformistas surgen en razón de los trastornos políticos que tienen lugar durante los sesenta, cuando se da inicio a profundos debates en el seno de la izquierda y comienzan las discusiones en torno a las limitaciones con las cuales se enfrentan los tradicionales modelos de teoría política: el liberal y el marxista (Held, 2006).

En esta época, los planteamientos fundamentales del liberalismo, en los cuales abiertamente es pregonado que los individuos son “libres e iguales” se transforma en un ideal objeto de severas críticas, por los partidarios de la Nueva Izquierda. En su perspectiva, el modelo liberal presupone que los derechos entre los individuos comparten un reconocimiento real; pero en términos materiales, cuando no hay referencias tangibles de estos derechos, entonces las diferencias en poder y en recursos lesionan la libertad y la igualdad; no obstante, esta es una dificultad a la cual pareciera que el liberalismo sigue mostrándose esquivo (Held, 2006).

El argumento que Held muestra en esta primera parte de la introducción del modelo para justificar las razones del origen de la idea, es que el liberalismo debía reconocer cómo cada vez eran más individuos, por falta de oportunidades y de recursos, los que veían limitadas sus posibilidades para participar en la vida política.

En palabras de Held, la Nueva Izquierda trató de plantear una postura que fue más allá del liberalismo y el marxismo. No se podía aceptar a ciegas la tesis socialista que concebía la posibilidad de erradicar las instituciones del Estado. De ahí que fuese esencial poder esbozar algunos elementos fundamentales de esta corriente:

En los escritos de la Nueva Izquierda se destacan dos conjuntos de cambios que se consideran vitales para la transformación de la política en Occidente y en el Este: el estado debe ser democratizado, haciendo al parlamento, a las burocracias estatales y a los partidos políticos más accesibles y responsables, al tiempo que nuevas formas de lucha a nivel local… garantizan que la sociedad, al igual que el estado, se democratiza (Held, 2006: 302).

Es decir, el modelo de democracia participativa tiene una doble intención: Implantar la democracia desde el Estado, reformando sus instituciones. Pero al mismo tiempo democratizando a la sociedad, a fin de asegurar los estándares de responsabilidad política entre los actores que la representan. Justamente el autor C.B. Macpherson en su texto “La democracia Liberal y su época” plantea algunos conceptos fundamentales que permiten esclarecer aún más este modelo, los cuales pasan ahora a ser desarrollados de seguida.

Consideraciones conceptuales fundamentales:

En el capítulo V, titulado “Modelo Nº4: La democracia como participación” Macpherson confiesa que lo único que le preocupa aquí “son las perspectivas de un sistema más participativo de gobierno para las naciones democrático-liberales occidentales.” (p.114). Esto no significa que la hipótesis considere un sistema participativo como suficiente para superar la desigualdad en la sociedad. Sin embargo, se debe precisar que existe un vínculo estrecho entre la desigualdad social y la baja participación; una situación desde donde se debería estimar entonces: para establecer una sociedad más equitativa se requiere un sistema político más participativo. (Macpherson,1977).

1.   ¿Es posible una mayor participación?:

i) El problema de las dimensiones:

Macpherson dedica un apartado en exclusiva para analizar la factibilidad que tiene el modelo de democracia participativa, como acción política directa de los ciudadanos en la comunidad. No obstante, hace énfasis en la necesidad que se tiene de la democracia indirecta. (Macpherson,1977)

En este marco, el problema que se plantea el modelo, más allá de recurrir a una acción política directa, consiste en cómo hacer que los representantes políticos sean responsables. Fundamentalmente el énfasis de Macpherson está dirigido a destacar cómo el problema de la democracia participativa a escala masiva es irresoluble, principalmente porque la posibilidad de que un desarrollo tecnológico traiga consigo la materialización de una democracia directa es cada vez más difícil. En la perspectiva de este autor, la dificultad se presenta al intentar hacer depender la aplicabilidad del modelo a cambios de naturaleza mecánica en el sistema político, cuando lo fundamental son los cambios que puedan ocurrir en la sociedad y en la conciencia de la comunidad. (Macpherson,1977).

ii) Un círculo vicioso y algunas salidas posibles

En este segundo apartado Macpherson hace apertura de su análisis sobre la base de una proposición general: “el principal problema de la democracia participativa no es cómo funcionaría, sino cómo llegar a ella” (Macpherson, 1977). Así, el autor formula unos problemas fundamentales: “qué camino será el que pueda recorrer cualquiera de las democracias liberales occidentales, y si el avanzar por ese camino nos podría dar la capacidad para hacer que funcionase un sistema considerablemente más participativo que el nuestro actual” (Macpherson, 1977: 120). O para ser más precisos, se pregunta “¿qué barreras hay que eliminar, es decir, qué cambios de nuestra sociedad actual y de la ideología dominante en la actualidad son requisitos previos o complementarios del logro de una democracia participativa?” (Macpherson, 1977: 120).

Sobre la base de esos planteamientos, Macpherson considera que la respuesta a estos problemas se encuentra en dos requisitos fundamentales, necesarios para la aparición de su modelo de democracia participativa:



Requisito No 1: La sustitución de la imagen del hombre como consumidor
El primer elemento que nuestro autor considera esencial, para construir el camino hacia la democracia participativa, tiene que ver con la habilidad de los ciudadanos para abandonar la imagen de sí mismos como sujetos consumidores, para verse y actuar como personas que ejercitan sus propias capacidades y disfrutan cuando las desarrollan y las aplican. (Macpherson,1977).
Macpherson considera que el desarrollo de esta capacidad se encuentra directamente vinculado con el afianzamiento de un sentimiento de comunidad. Principalmente porque aquel individuo que consume para sí mismo, lo hará para su propia satisfacción, o para demostrar superioridad frente a los demás; no obstante, aquel ciudadano que disfruta del desarrollo y aplicación de sus capacidades lo hace en el interior de una comunidad, conjuntamente con otros. En este sentido, el funcionamiento de un modelo de democracia participativa parece depender del afianzamiento de un sentido de la comunidad consolidado. (Macpherson,1977).
Requisito No 2: Una gran reducción de la desigualdad social y económica
Según Macpherson, la desigualdad requiere de un sistema no participativo de partidos a fin de que la sociedad funcione. En este orden, mientras se tolera este nivel de desigualdad, entonces son más altas las probabilidades de que se afiance un sistema político no participativo.

¿Cuál es el círculo vicioso al cual nuestro autor hace referencia?

En palabras de nuestro autor, ambos requisitos no pueden ser alcanzados si no existe una participación democrática consolidada. De este modo: “no podemos lograr más participación democrática sin un cambio previo de la desigualdad social y la conciencia, pero no podemos lograr los cambios de la desigualdad social y la conciencia si antes no aumenta la participación democrática” (Macpherson, 1977: 121).
Esta situación se transforma en un importante dilema que el autor en ningún momento excluye. No obstante, también logra identificar algunas salidas, ya que el círculo vicioso tiene tres puntos débiles, a saber: “la conciencia cada vez mayor de los costos del crecimiento económico, la conciencia cada vez mayor de los costos de la apatía política, y las dudas cada vez mayores acerca de la capacidad del capitalismo de gran empresa para satisfacer las expectativas de los consumidores al mismo tiempo que reproduce la desigualdad” (Macpherson, 1977: 128).

Principalmente, el autor considera que este nivel de consciencia contribuye al desarrollo de las condiciones que deben ser instaladas en la sociedad que desee convertirse en asentamiento de la democracia participativa. Esto es así, porque estas salidas inciden positivamente en la reducción de la conciencia del consumo, y de la desigualdad, e incrementa el nivel de participación política en la comunidad. De esta forma, a esta altura del texto podemos señalar que Macpherson deja al descubierto sus preferencias, al argumentar que el desarrollo y la consolidación de una sociedad más democrática “entra hoy día en el reino de lo posible” (p.129).

2.    Modelos de democracia participativa:

En esta sección Macpherson se dedica a indagar en torno a la cuestión de cómo podría organizarse una democracia participativa, y hasta qué punto podría ser participativa. El autor plantea dos modelos: el “No 4 A” (Primera aproximación abstracta); y modelo “No 4 B” (Segunda aproximación). Los cuales pasaremos a desarrollar como siguen.
I)             Modelo No 4 A: Primera aproximación abstracta
De acuerdo a esta primera aproximación que hace el autor, “el modelo más sencillo de lo que cabe calificar correctamente de democracia participativa sería un sistema piramidal, con la democracia directa en la base y la democracia delegada en todos los niveles por encima de ella”. (Macpherson, 1977: 130).

Lo que estaría tratando de plantear el autor sería un prototipo de organización política de la sociedad, donde la democracia directa comenzaría a tener su asentamiento al nivel de la comunidad, o de la fábrica, con el desarrollo de debates entre los ciudadanos, la aplicación de mecanismos de consenso para tomar las decisiones, eligiendo a delegados para integrar especies de consejos para los niveles más extensos que les sigan a estas primeras formas de organización. (Macpherson,1977).

Estos delegados deberían seguir instrucciones directamente de sus electores, ante quienes deben responsabilidad política a fin de velar porque las decisiones tomadas en el consejo puedan ser lo suficientemente democráticas. De este modo, del nivel local se pasa al nivel nacional, donde las decisiones igualmente las debe tomar un comité delegado. (Macpherson,1977).

A pesar de que se pudiera cuestionar el carácter democrático directo de este modelo, el énfasis tendría que estar dirigido en que los ciudadanos encargados puedan rendir cuentas ante sus delegantes. Esto es, “lo que hace falta, a cada nivel, para que el sistema sea democrático, es que los encargados de adoptar decisiones y los formuladores de cuestiones elegidos desde abajo sean responsables ante los de abajo al estar sometidos a la reelección, o incluso a la revocación” (Macpherson, 1977: 131). De este modo, el interés de nuestro autor pareciera recaer en destacar que la responsabilidad política en este modelo democrático requiere el acompañamiento de una ingeniería constitucional apropiada, desde donde sea posible asegurar la consolidación de la democracia; en este marco, instituciones como la reelección y la revocatoria del mandato pasan a desempeñar un papel fundamental. 

Aunque Macpherson considera apropiado destacar relevante establecer responsabilidades políticas en la estructura institucional, también es consciente de que ello no determina por sí solo que pueda haber participación o un control democrático indiscutible. Al respecto, el autor hace referencia a algunas circunstancias en las cuales el sistema parece no establecer responsabilidades ante los delegantes, ni muestra el contenido democrático, cuando no puede funcionar como se espera.

Estas circunstancias son las siguientes:

1)    La primera circunstancia a la cual el autor hace alusión, cuando es improbable que el sistema piramidal pueda establecer una auténtica responsabilidad del gobierno ante todos los niveles inferiores, se refiere a una situación de peligro de contrarrevolución. Fundamentalmente porque en este caso bajo unas condiciones de alerta de estas proporciones el control democrático cederá su lugar a la figura con autoridad central.

Pero generalmente cuando ocurre eso entonces se desvirtúa el carácter participativo, de acuerdo a como originalmente fue concebido el modelo. En la perspectiva de Macpherson, “si una revolución abarca más de lo que puede apretar democráticamente, lo abarcará de forma no democrática” (p.132). Y como ejemplos de esta aseveración el autor trae a discusión los resultados de la revolución bolchevique en Rusia.

No obstante, a pesar de que no faltaría alguno que podría objetar que las democracias liberales occidentales no requerirían atravesar por una revolución bolchevique para arribar a una situación de democracia participativa, en esencia, convendría advertir que la amenaza de contrarrevolución también podría acechar a una revolución parlamentaria, donde se toma el poder por la vía constitucional. Al respecto, Macpherson coloca como ejemplo, el caso del derrocamiento del gobierno de Allende en Chile en 1973; un hecho a partir del cual también abre la posibilidad de que una amenaza de contrarrevolución pueda ocurrir en otra democracia liberal avanzada, con lo cual se reduce toda probabilidad de desarrollo de un modelo participativo.  

2)    La segunda circunstancia que el autor considera, pudiera dificultar la probabilidad de instalación de una democracia participativa con un sistema piramidal de consejos, ocurre si reaparece la división de clases. Fundamentalmente el enfrentamiento entre clases necesita de un sistema político que sirva como canal para el tránsito de los intereses entre esas clases; una situación que dificulta la posibilidad de establecer responsabilidades entre los distintos niveles inferiores y superiores.

No obstante, la construcción de un modelo participativo y la resolución a sus problemas esenciales Macpherson lo hará depender más bien de la reducción de las desigualdades económicas y sociales. Pero nuestro autor también es consciente que esto sólo podrá alcanzarse cuando ocurra una modificación profunda de la relación capital-trabajo, responsable de la reproducción del sistema de división de clases. A su juicio, el Estado de bienestar podrá promover cierta redistribución del ingreso, pero nunca será suficiente para modificar esta relación.

En este marco, Macpherson considera que una sociedad verdaderamente democrática necesita ejercer un control democrático, acerca del uso que se hace de los recursos naturales de la sociedad y de su capital acumulado, para lograr desarrollar un modelo de participación efectiva.

3)    La tercera circunstancia a la cual el autor hace referencia, pudiera impedir el desarrollo de un sistema de consejos piramidales, tiene que ver con un entorno donde los ciudadanos se encuentran en una situación de apatía. Sólo es posible el establecimiento de este sistema en un ambiente en el cual los individuos hayan decidido abandonar la apatía.

A esta altura del texto nuestro autor establece lo que, en su perspectiva, se convierte en elemento desencadenante de la apatía política. A su juicio, “el principal factor que… crea y sostiene la apatía en nuestro sistema actual habría desaparecido, por definición, o por lo menos estaría muy modificado: me refiero a la estructura de clases que desalienta la participación de los pertenecientes a los estratos más bajos al hacer que resulte relativamente ineficaz” (Macpherson, 1977: 134).

Sobre la apreciación final que hace el autor sobre este primer modelo de democracia participativa como sistema piramidal de consejos, conviene hacer las siguientes consideraciones: el autor sostiene que en cualquier país occidental en el cual llegasen a cumplirse las condiciones previas para el establecimiento de la democracia participativa, no habría impedimento alguno para la consolidación de un tipo de sistema piramidal de consejo con características auténticamente democráticas. En este sentido, el modelo podría funcionar.

Pero finalmente Macpherson advierte también que este modelo puede ser considerado “irrealista”; ya que, en su perspectiva “no puede ser más que una primera aproximación a un modelo viable, porque se ha llegado a él mediante el descarte deliberado de lo que ahora se ha de volver a tener en cuenta: el peso de la tradición y las circunstancias reales que es probable que prevalezcan en cualquier nación occidental en el momento en que fuera posible la transición” (p.134).  Desde su punto de vista, el elemento más importante es la presencia de partidos políticos; pero el sistema piramidal parece no dar cabida a este factor.
  
II)            Modelo No 4 B: Segunda aproximación

Según Macpherson, la combinación de un procedimiento democrático como el sistema piramidal (directo/indirecto) con un sistema de partidos parece esencial, en el proceso de definición de un modelo democrático participativo. Esto es, el autor parte de la premisa en que el sistema piramidal es el mecanismo exclusivo que permitirá insertar un modelo de democracia directa en la forma de gobierno nacional, para resaltar el carácter participativo. Pero del mismo modo se debe considerar la presencia de un sistema de partidos políticos competitivos.

En palabras del autor, la idea de una sociedad sin división de clases no es incompatible con los partidos; de hecho, seguirán existiendo temas a partir de los cuales será necesario la conformación de partidos, desde donde se puedan debatir y proponer cuestiones; entre ellos, la distribución de los recursos, la planificación urbana y ambiental, políticas de inmigración y demográficas, la política militar y exterior. (Macpherson,1977).

Macpherson es partidario de que se puede combinar un sistema piramidal de democracia directa/indirecta con un sistema de partidos competitivos. Pues, si bien en la teoría política la idea de partidos a estado vinculada a la propagación de relaciones de oposición entre clases; el autor sostiene que esta función en la sociedad participativa ya no será necesaria. Muchas de las incompatibilidades a las cuales se había hecho referencia entre la democracia participativa y los partidos políticos había estado asociada a esta función de los partidos. No obstante, una vez desaparezca esta función entonces desaparecerá con ella la incompatibilidad. (Macpherson,1977).

De esta manera, en palabras de Macpherson existen dos formas de combinar el sistema de partidos competitivos con el sistema piramidal:

a)    La primera, es considerada por el autor como la más improbable. Consiste en sustituir la estructura parlamentaria o del congreso/presidente por una estructura de tipo soviet (que es concebible incluso con dos o más partidos).

b)    La otra, mucho menos difícil, consistiría en mantener la estructura actual de gobierno, y confiar en que los propios partidos funcionasen por participación piramidal. Macpherson decide abogar por la transformación que combine dentro de un sistema político determinado un sistema de partidos competitivos y organizaciones de democracia directa. Partidos con principios de organización menos jerárquicos y en los cuales los representantes y autoridades se muestren más responsables ante sus seguidores, donde haya mayores posibilidades de participación. Un sistema de partidos que podría “funcionar mediante una estructura parlamentaria o de congreso para aportar un grado considerable de democracia participativa” (Macpherson, 1977: 137)

Un sistema político de este calibre, en palabras de Held, contribuiría con el cumplimiento del ideal liberal del derecho igual para todos. Aunque también, por otro lado, conviene señalar que Held (2006) plantea los argumentos de Carole Pateman (1970, 1985)[2] para especificar con detalle la democracia participativa, como modelo que contribuye con el desarrollo del individuo, al consolidar el sentido de la eficacia dentro del sistema de gobierno, al alimentar la preocupación por resolver las dificultades en la comunidad y al estimular la formación de una ciudadanía activa, interesada en la política (Held, 2006).

En palabras de Pateman, en las democracias liberales existe una correlación entre la apatía y el sentimiento ciudadano de escasa eficacia política. A su juicio, sólo podría ser erradicada esta correlación si la democracia lograse extenderse en la vida cotidiana de los individuos. Pero el diagnóstico de la realidad confirma otra cosa. Si hubiese “un continuo que fuera desde la participación efectiva hasta la participación limitada, las democracias modernas se situarían exactamente en este último extremo, para muchos ciudadanos de la clase obrera, del sexo femenino y de la raza no blanca.” (Held, 2006: 304)

El grueso de las características de este modelo, de acuerdo con Held, plantea la necesidad de que los derechos de autoderminación no solamente se refieran a los asuntos de gobierno, sino también esa autoderminación, esos derechos democráticos, puedan extenderse desde el Estado hasta la esfera de las empresas económicas, en la dimensión de las relaciones laborales y otras instituciones de la sociedad.

De este modo, resulta fundamental tener en cuenta una consideración clave para el modelo: las personas “están más interesadas, y tienen más posibilidades de comprender mejor, los problemas y asuntos que afectan de forma inmediata a sus vidas” (Held, 2006: 305). De ahí la necesidad de plantear un modelo de democracia participativa con estas propiedades.

Algunas particularidades finales de la democracia participativa:

Es necesario destacar que Macpherson plantea en su libro un concepto de democracia participativa. Pero en todo caso es importante señalar que este modelo el autor lo diseña sobre la base de algunos aportes teóricos provenientes del modelo democrático liberal. Es más, en su perspectiva “se puede calificar de democracia liberal a este modelo de democracia participativa” (Macpherson, 1977: 137)

Esto es, Macpherson toma algunos de los planteamientos centrales del pensamiento de J.S. Mill, pero otorgándoles un sentido mucho más radical, cuando considera que sólo puede ser conquistada la libertad y el desarrollo particular a través de la participación continua y directa de los ciudadanos.

Macpherson no se muestra renuente a realizar una evaluación acerca de la factibilidad que tiene incrementar el nivel de participación en la democracia, considerando el aumento demográfico en las diversas sociedades. El autor, al igual que J.S. Mill comparte la conjetura de las dificultades que supone la participación de todos los ciudadanos en el proceso de toma de decisiones. Pero admitir este obstáculo no implica que el sistema de gobierno no pueda ser transformado, o perfeccionado. (Macpherson,1977; Held, 2006).

De acuerdo con las aseveraciones presentadas por David Held, una gran cantidad de instituciones fundamentales para la democracia liberal, tales como las elecciones periódicas, los representantes políticos y los partidos competitivos, son considerados como claves también para una sociedad participativa. En la perspectiva de este modelo tales instituciones se convierten en los mecanismos más realistas para el desarrollo de esta forma de democracia.

Sin embargo, Pateman por otro lado en respuesta a algunas voces críticas enfatiza que las concesiones a algunos criterios del elitismo competitivo tampoco deben ser malinterpretados.  En este sentido, la autora hace algunas precisiones esenciales: primero, si los ciudadanos tienen la posibilidad de participar a nivel comunitario en el proceso decisorio, entonces resulta más probable que puedan ejercer un control sobre su entorno político más cercano. Segundo, en la medida en que se extiende la capacidad de participación de los individuos en otras esferas como, por ejemplo, en la dimensión laboral, esos ciudadanos contarían con mejores habilidades al encontrarse más involucrados en los asuntos referidos a la distribución y control de los recursos; de este modo podrían desarrollar su criterio para ofrecer su opinión con relación a los asuntos nacionales, y juzgar sobre la responsabilidad política de sus representantes. Tercero, el diseño de la sociedad participativa en todas sus dimensiones deberá mostrarse abierta y fluida, a fin de que los ciudadanos puedan conocer nuevas formas de organización política. En este orden, la sociedad participativa tiene que ser “una sociedad experimental” donde se puedan explorar formas de autogobierno a través de un sistema institucional abierto.



[1] C.B. Macpherson (1977) La democracia liberal y su época. Alianza Editorial: Madrid.
[2] Pateman, C. (1970). Participation and Democratic Theory. Cambridge, Cambridge University Press;
(1985). The Problem of Political Obligation: A critique of liberal theory. Cambridge, Polity Press.


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